Acabo de terminar la primera novela de Davide Martini, 49 goles espectaculares, publicada por la editorial Dos Bigotes. Qué aire tan refrescante corría entre las letras negras sobre el papel. Qué hermosa familia léxica la de las palabras amor y amistad. En esta magistral, entiéndase etimológicamente, obra, esas dos palabras van de la mano de dos jóvenes adolescentes obligados a dar el salto a la madurez por el descubrimiento de su deseo contracorriente. No es 49 goles espectaculares una obra "juvenil" para adolescentes en busca de manuales sentimentales, sino el recuerdo límpido, aclarado por el tiempo, de un hombre maduro que conoce los vericuetos del deseo y la mente. No importa la edad: los deseos juveniles se repiten samsáricamente a lo largo de todo hombre adulto. Buscamos rellenar un hueco para sentir el vacío en el espacio inmediatamente anexo. Pero es nuestra obligación tropezar cuantas veces estemos destinados en la piedra del individualismo. Necesitamos aprender, y para ello, nada como la literatura, donde como dice el autor, los sufrimientos son como deben ser. Así son también las pinceladas de color con las que tapa Davide los grises de la sociedad italiana. Mantiene Davide a lo largo de la obra el ritmo de la lectura acompasado a los latidos y hálitos de sus protagonistas. Oímos sin nombrarlos los sentimientos de los personajes secundarios, reflejados en sus pequeños y trascendentes movimientos. No hay un final en la novela, son muchos finales, los de cada uno de los personajes que acompañan a Lorenzo y a Riccardo en el descubrimiento de su capacidad de amar. Y cuando la novela termina, nos damos cuenta de que no lo ha hecho, sino de que la novela ha dado paso al comienzo, el de la vida. Respiremos y sigamos leyendo.
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