Malos tiempos para las hermanas I
Las hermanas estamos del coño, reconozcámoslo.
Nada nuevo. El colectivo ha sufrido
mucho, mucha homofobia, y eso deja su carguita de caquita mental. Sin
embargo, en estos tiempos de gayfriendlidad legal y mercantil, en los
que esperaríamos una mejora de la salud mental, las hermanas parecen
tan tristes, ansiosas y violentadas como solitariadas,
pollificadas y heterotrofiadas.
Entre Ud. en una aplicación de ligue y lea los perfiles; desde el hedonismo más acre (no busco pareja ya la tengo (jje), solo diversión, chill, ahora, fist, sumisa, española, méame, xxxl, agujero negro, masculino, heterocurioso, gim, deportista, 4.20, musculada, macho, solo sexo, uniformes, camionero, casado, pareja abierta, menos de 25, más de 65) hasta el altruismo más etéreo (no mentirosas, alguien con quien construir una vida, conocer y quién sabe, amistad, salir, senderismo, cine, ampliando el círculo). Y chatee Ud. con la una o con la otra para quedarse igualmente in albis a la primera de cambio, fantasmeada y bloqueada. Mucha pupa se respira, mucha pupa que huele ya.
Visite Ud. la sauna o ligue Ud. en Facebook, de cruising o en el último grupo de whatsapp ad hoc, (intentar ligar en la barra de un bar de ambiente es hoy un paná vintage), que encontrará en todas ellas las mismas neurosis, si bien siempre disimuladas por la máscara necesaria para no mostrarse débiles, heridas y dolidas.
Una vez ensalzado el colectivo por la enjundia de la corrección política, incluso por la de nuestros seculares enemigos, una vez casados, mercantilizados y administrados, ¿quién osa revelar que el gay anda desnudo? Desnudo, indefenso y vulnerable a la soledad, a la adicción al sexo y a la frustración emocional, decepcionado de que tantos logros sociales no nos hayan inoculado felicidad. Hablo, por supuesto, de los gais integrados, los que han dado el paso adelante hacia la asimilación y aceptación (¡muchas gracias!) de nuestro entorno heteropatriarcal. No hablo del maricón en el armario, sea casado o rural, seglar o consagrado, porque ese, invisible en el armario, sencillamente no existe.
Aquellos pues, los gays asimilados, han
entrado en el ala masculina del manicomio heterosexual sin haberse
curado previamente las heridas que ese mismo manicomio provocó al
excluirlos por maricones. “¡Bienvenidos!” les dicen “¡Abran
sus mochilas y hagan hueco entre su falta de autoestima, su propia
homofobia y su miedo a la exposición pública y el insulto, dejen
hueco, a nuestra masculinidad sexualizada! ¡Aprendan a ser hombres
y traten a sus colegas sexuales como nosotros tratamos a las
señoritas de compañía en los prostíbulos, traten a sus hermanas y
amigas gais como machotes, ya no son su familia, y repriman sus
plumas, no lloren, tengan éxito, follen, consuman, trepen y cáiganse
en la mierda sin perder su sonrisa!”.
Sean felices. Sean como nosotros y tómense un ansiolítico para dormir.
Las hermanas están del coño, sí, y yo también, vaya, harto, hasta el tete, y muy enfadado. Harto de que me pidan un teléfono para no usarlo nunca, harto de que huela a cagao cuando se habla de algo que no es follar y harto de ser un trofeo con cuernos consentidos en una pared, harto de ser tratado como un cacho de carne.
Hermanas, tenemos que cuidarnos y apoyarnos. Tenemos que querernos y sentarnos en la mesa camilla a reírnos y a llorar un rato. Tenemos que ser hermanas, sentirnos hermanas: necesitamos hermaricandad entre nosotros, hermaricanarnos.
De esto trata esta serie. De reivindicar nuestra necesaria hermaricandad, la necesaria ayuda mutua entre nosotros los maricones para disimilarnos de los machos alpha, para dejar de estar pollificados, heterotrofiados y solitariados.